Los cabellos celestiales de Kiyokami

 


A partir de entonces, los cabellos celestiales empezaron a volar desde el cráter del Sengoku hasta aquí, y solo en este pueblo permanecen sin desaparecer...


Queridos aprendices, asistentes y curiosos, bienvenidos a un nuevo post de nuestro Gabinete. Como asistente, he tenido la oportunidad de conocer multitud de casos extraordinarios a través de informes, crónicas, medios audiovisuales de todo tipo e incluso a través de entrevistas con algunos de los implicados. Pero creedme cuando os digo que pocos se pueden comparar con el de Kyôko Byakuya.

Es complicado dilucidar si estamos hablando de experiencias meramente religiosas y extáticas o si se trata de un quebrantamiento de las barreras del espacio y el tiempo. Este caso aúna asuntos tan dispares como la leyenda urbana, la tectónica de placas, la histeria colectiva, las sociedades secretas, el viaje en el tiempo o la reencarnación. Hay detalles que son ambiguos. Tanto que podrían achacarse a simple sueños. Pero Wataru Tsuchiyado es muy convincente.

Como testigo de excepción de todo lo acontecido alrededor de la joven Byakuya, fue contactado por algunos miembros ilustres del Gabinete para que contase su experiencia. Lo que empezó como una aventura meramente profesional, acabó convirtiéndose en una serie de acontecimientos que dejaron en él una huella imborrable. Lógicamente reacio en un inicio a compartir los detalles más confusos, para los detectives fue un desafío lograr poner en pie un relato lo suficientemente coherente para que yo pudiese ponerlo por escrito.

Wataru quedó marcado, de eso no cabe ninguna duda. Por razones con las que solo podemos especular, sus interacciones con la chica, los cabellos celestiales, Miguel, Kagerô Aido, los registros akáshicos y el denominado como “Dios Azabache” han dotado al periodista de ciertos dones que todavía trata de comprender. Pero lo aborda con reticencias, porque asegura que abrir todos sus sensores solo le abocaría a la locura absoluta y a la disolución de su ser corporal, algo que por el momento no desea.

El Gabinete continúa debatiendo sobre las posibles implicaciones de incidentes de este tipo a nivel cósmico, pero dado su carácter omnipresente y multiversal, las figuras de los escalafones superiores no pueden centrarse exclusivamente en ello. Así que el caso ha sido derivado a mí, un simple estudioso y cronista, para que lo comparta con quien lea este pequeño grano de arena en forma de espacio digital.

La creencia del Gabinete y de quien esto escribe siempre ha sido que el conocimiento debe ser compartido y sujeto a revisión y cambio. Siendo consciente de que la labor nunca terminará y de que mi paso por aquí solo es temporal, acepto cada encargo con sumo placer. Así que he tratado de compilar todo lo que se sabe sobre Kyôko Byakuya a través de Wataru Tsuchiyado y de la imaginación de Junji Ito, el mangaka cuyas imaginación y manos concibieron el relato conocido como Sensor.

Este primer capítulo no fue vivido directamente por Wataru, sino que llegó a su mente a través de sus propios sueños y su contacto con Kyôko, que se produjo tiempo después. No está del todo claro cuándo se produjo el primer contacto entre la chica y el pueblo de Kiyokami, pero sí que puedo decir dónde se produjo: en los alrededores del monte Sengoku.

Cierto día, la joven caminaba por los parajes cercanos al Sengoku cuando asistió atónita a una lluvia de lo que ella pensó que eran cabellos de pele, hebras de vidrio basáltico que se forman en fuentes de lava cuanto ésta se enfría al salir despedida en una explosión volcánica. Sin embargo, hubo dos detalles que extrañaron a Kyôko. El primero fue que estaba segura de que no se habían producido erupciones en aquel monte desde la era Shôwa – periodo comprendido entre diciembre de 1926 y enero de 1989 – y el segundo fue comprobar que aquellos cabellos de pele no eran duros ni oscuros, sino blandos y dorados. Además, aquellos “pelos” se deshacían muy fácilmente. Aquella fina llovizna, por tanto, no era normal. ¿Podrían ser cabellos de ángel?

Hay dos teorías sobre los cabellos de ángel. Una dice que son telarañas… Y la otra, que son materia que ha caído de un ovni, pero siguen siendo un misterio.

¡Curiosas hipótesis las de la señorita Byakuya! Inmersa en esas reflexiones, la chica siguió caminando hasta encontrar a un joven en medio del camino, parado y con los ojos cerrados. Extrañada, Kyôko pensó en dejarlo atrás, desconocedora y recelosa de sus intenciones, pero entonces el muchacho habló, asegurando que la estaba esperando y que los cabellos celestiales le habían avisado sobre su llegada. Incluso conocía su nombre…



Esto descolocó a la senderista, que reconoció que se había adentrado en aquellas montañas porque algo la atraía hacia allí. El chico, de nombre Aizawa, le indicó que esa sensación la estaba conduciendo hacia el pueblo de Kiyokami, por lo que se ofreció a guiarla hasta allí. Probablemente, nuestra misteriosa protagonista no estaba preparada para lo que estaba a punto de observar…

Aquel pueblo perdido en las inmediaciones del Sengoku presentaba un aspecto que para nada podría ser catalogado como común. Cada rincón del mismo estaba cubierto por aquellas fibras doradas de origen desconocido. El suelo, los árboles, las casas, e incluso sus habitantes. Sí, tanto personas como animales tenían algunos de aquellos cabellos dorados “clavados” en sus cuerpos, sobre todo en sus cabezas. Ante el asombro de Kyôko, Aizawa le ofreció una primera y escueta explicación.

Cuando están en otro lugar, los cabellos celestiales enseguida desaparecen. El único sitio donde permanecen es en este pueblo. Porque los dioses aman al pueblo de Kiyokami.

Aizawa condujo a la chica a la pensión Amanecer, el que parecía ser el único alojamiento de aquel escueto y brillante lugar. La posadera, una señora anciana y de aspecto amable, ayudó a la chica a acomodarse e intentó responder a sus dudas. Kyôko se preguntaba cómo era posible que Aizawa supiese tanto sobre ella, y la posadera corroboró que aquella información era algo que compartían todos en Kiyokami. Aquella suerte de lectura mental se debía a los “cabellos celestiales”, aquellos pelos dorados que se pegaban a la gente del lugar, y que les concedían dones especiales.

Tras un merecido descanso y las repetidas peticiones de que se quedase aquella noche en tan particular población, la muchacha acudió a una reunión en el Centro de reunión de Kiyokami, que además era una suerte de templo, ya que albergaba un altar dedicado al dios Amagami, la divinidad a la que adoraban en aquel lugar.

Allí se congregó una pequeña multitud de personas. No sabemos con exactitud cuánta gente vivía en Kiyokami, ni cuántas de esas personas poseían los dones adquiridos gracias a los cabellos celestiales. Pero, dadas las circunstancias y las descripciones anteriormente ofrecidas, podemos deducir que aquella especie de culto era mayoritario. Sea o no así, en aquel momento, uno de los presentes se dispuso a darle a Kyôko una explicación más completa sobre lo que sucedía allí.

Todos la estábamos esperando. Es la elegida de Dios. Y el Dios también ama a nuestro pueblo. Si Amagami ama a este pueblo es por una razón. Hace mucho tiempo, cuando perseguían a los cristianos en el periodo Edo, los habitantes de este pueblo dieron refugio a Miguel, un misionero extranjero perseguido. Pero, al final, el Shogunato capturó a Miguel y a él y a los aldeanos que le habían refugiado los ejecutaron, arrojándolos al cráter del monte Sengoku. A partir de entonces, los cabellos celestiales empezaron a volar desde el cráter del Sengoku hasta aquí, y solo en este pueblo permanecen sin desaparecer. Nosotros creemos que, en realidad, son los hermosos cabellos del misionero Miguel. Los cabellos celestiales nos dieron la felicidad y, con el tiempo, el pueblo empezó a creer en el dios Amagami.



Aquel mártir era cristiano, pero se convirtió en objeto de devoción en Kiyokami, que en un ejercicio de sincretismo unió su figura con la de Amagami. Parece que se debió a la aparición de los cabellos celestiales. Cabellos que ahora llegaba en mayor número, suceso que fue entendido por aquellas personas como un buen augurio. Según aseguraban los presentes, la llegada de Kyôko había sido profetizada por aquellos extraños pelos, que conferían a quienes los portaban una suerte de precognición y una forma de conciencia colectiva.

Con Aizawa como guía, la joven acompañó a la gente de Kiyokami en una reunión tradicional del pueblo, consistente en observar las estrellas. Durante aquella despejada noche, aquel lugar quedaba envuelto en un absoluto silencio. Todos apuntaban sus cabezas al cielo, con los ojos cerrados, sin torcer el gesto ni hacer el más mínimo movimiento. El ambiente era relajado y reflexivo, siendo solo interrumpido por las nociones que Aizawa quería compartir con Kyôko.

Aquella reunión tenía un motivo. No se trataba de una simple observación del cielo estrellado, sino que la gente de Kiyokami estaba abriendo sus sensores – sus cinco sentidos – para “sentir el universo”.

Para eso existe la vida. Y los cabellos celestiales tienen el poder de ampliar la capacidad de esos sensores. Si necesitamos el poder de los cabellos celestiales es porque tenemos un objetivo. Sentir a Miguel, que está en alguna parte del espacio. […] Hacia el final del Shogunato, Miguel partió hacia el espacio. Originalmente, Miguel vino desde los confines del universo. Pero, al marcharse, nos dejó los cabellos celestiales.

De repente, el cielo nocturno empezó a llenarse de una suerte de unas misteriosas y onduladas nubes, que al parecer ya habían sido presenciadas con anterioridad por los lugareños, aunque nunca habían sido de tal envergadura. Todos se emocionaron, sabedores de que una gran lluvia de cabellos celestiales estaba a punto de caer sobre ellos. Kyôko llegó a pensar que todos aquellos cúmulos podrían ser parte de una especie de ovni, pero ese pensamiento desapareció cuando los cabellos se precipitaron sobre los presentes.

Inmersos en esa conciencia colectiva y en una gran catarsis, los habitantes de Kiyokami rogaron a la chica que fuese partícipe de la experiencia que estaba viviendo y que se concentrase todo lo posible para poder sentir a Miguel.

Mientras tanto, una difusa figura comenzó a dibujarse en el firmamento. Lo que empezó siendo un pequeño punto en el cielo, poco a poco se fue convirtiendo en algo parecido a una figura humana. En medio de un éxtasis arrebatador, muchos comenzaron a gritar el nombre de Miguel. Ese misionero devenido en una especie de enviado celestial parecía estar haciendo acto de presencia. ¿Cómo era aquello posible? ¿Era verdad que Miguel era una divinidad? ¿Cómo podían estar seguros de que aquello no era más que una alucinación propiciada por la histeria?

Aquello parecía ser real. La gigantesca figura era cada vez más definida y “palpable”. Pero lo que aparentemente debía ser una visión hermosa se tornó casi instantáneamente en pesadilla. Un ser oscuro se encarnó sobre ellos. Tenía varios ojos. Un agujero que asemejaba un vacío insondable hacía las veces de boca, rodeado de lo que parecían ser dientes tan grandes como rascacielos y afilados como los de las más peligrosas alimañas. Pero lo peor eran sus cabellos, infinitamente largos, ondulantes y de un color profundamente azabache.



El ser, fuese lo que fuese, se había adentrado en sus consciencias. Se acercaba. No parecía ser algo físico, pero se había adentrado en la conciencia colectiva de los aldeanos con fines que es mejor no pensar. Los sensores de toda aquella gente, funcionando a su nivel óptimo debido a los cabellos celestiales, parecían haber atraído a algo malo. Algo tan oscuro que ni siquiera podemos imaginarlo. No podía ser Miguel. ¿O quizá sí?

Lo que pasó a continuación es confuso. Ni siquiera Wataru Tsuchiyado, sabiendo todo lo que sabe, es capaz de esclarecer en qué momento del tiempo tuvo lugar aquella visión de la figura azabache. Tampoco puede precisar cuándo se produjo la primera visita de Kyôko Byakuya a Kiyokami. Espacio y tiempo se plegaron varias veces en este caso, y este es solo un primer acercamiento a los hechos. Un relato del que, por cierto, todavía debo ofrecer un epílogo.

Wataru no sabe qué pasó exactamente aquella noche, pero sí que tuvo efectos en el plano físico. El Sengoku entró en erupción en pleno siglo XXI, hace muy pocos años. El Grupo de Rescate número 3 de los bomberos de Kaminoyu se acercó a los alrededores de Kiyokami, un pueblo que fue destruido la última vez que el monte arrojó lava, algo que al parecer ocurrió hace más de seis décadas…

Los bomberos llegaron al epicentro de la explosión y encontraron algo asombroso. Una gran roca… No, no era una roca. Era una amalgama de cabellos dorados. Enormes bucles que parecían envolver algo. Aquello “eclosionó” cuando los hombres se acercaron. De dentro de aquella maraña emergió Kyôko Byakuya, que parecía despertar de un largo sueño. Serena, hermosa, misteriosa…

¿Qué pasó realmente en aquel lugar? ¿La chica se perdió en el presente y llegó a la Kiyokami del pasado? ¿O aquella aparición del pueblo se debió a alguna suerte de aparición fantasmagórica? ¿Qué era aquella figura azabache?

Solo hay dos personas que pueden ofrecer las respuestas: Wataru Tsuchiyado y la propia Kyôko Byakuya. Lástima que no podamos acceder a ella. ¿O tal vez sí?



Félix R. Herrera

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