Los Detectives Muertos se conocen en el internado

 

Los Detectives Muertos se conocen en el internado



Los Dead Boy Detectives está activos desde los años noventa del pasado siglo XX. Dentro de nuestro particular universo, Charles Rowland y Edwin Paine fueron concebidos por la imaginación del creador de mitos Neil Gaiman y los artistas gráficos Matt Wagner y Malcolm Jones III en 1991. Desde entonces, estos dos personajes han trabajado en tándem como un dúo ficticio de detectives de lo oculto que han aparecido en cómics publicados por el sello Vertigo, perteneciente a DC Comics. Es el momento de bosquejar sus orígenes, antes de que salten a televisión (¿por qué parecen gemelos?) que se inserta en la cronología original de los Eternos, los siete aspectos inmortales de eventos cruciales de este y del resto de universos.

Finales de 1990. Charles, de 13 años, despierta en lo que parece ser un desván. Está desorientado y asustado, cree que ha sufrido una terrible pesadilla y está preguntando por su madre. Está acompañado por Paine, un chico rubio y uniformado, que le intenta consolar diciendo que todo pasará rápidamente.

Desde ese momento, ambos repasan lo acontecido durante los seis días anteriores. Charles estaba solo en la escuela, ya que el resto de sus compañeros se habían marchado por vacaciones. El padre de Charles estaba en Kuwait, sin que sus circunstancias estén muy claras, por lo que el incipiente adolescente se vio obligado a aguantar el tipo en la escuela, junto al director y a la enfermera del centro, dos siniestros personajes que parecen tener ambiguas intenciones, que parecen ser más patentes en el caso de la mujer.

Además, había otro problema que atormentaba a Charles. A pesar de que era el único estudiante en la escuela, no estaba solo. Y no se refería a los dos adultos mencionados anteriormente. La niebla envolvía la escuela, y escondía a los antiguos alumnos y maestros, que le perseguían, le observaban, le quitaban el sueño. Todos ellos eran presencias etéreas, que pululaban por los pasillos, aulas y habitaciones. Unos murieron allí en distintas circunstancias, otros volvieron al colegio porque no tenían otro lugar al que regresar. Pero todos acompañaban a Rowland.

Para rematar su mala suerte, un grupo de fantasmas abusones empezaron a atacarle. Expulsados del infierno, como prácticamente todos los presentes allí, estos matones abusan del joven, que solo recibe ayuda de Paine, muerto desde 1914, que cargó a Charles hasta el desván. El estado de Rowland era muy grave. Su espalda estaba despellejada y la subsiguiente infección le provocó fiebre y delirios. Durante los tres días siguientes (el incidente ocurrió un miércoles), Edwin cuidó del único niño vivo del internado lo mejor que pudo.

Entre dolores y otros padecimientos, Charles se negó a acudir a la enfermería. Aquello podría parecer un acto estúpido, pero en este caso era perfectamente lógico. Cualquiera huiría de aquella enfermera muerta desde 1942 y que seguía cuidando de su hijo, el director.

Charles despierta el domingo, moribundo, e intercambia unas pocas palabras con Edwin, que le acompaña en sus últimos momentos en el plano de los vivos. Poco después, el ya fallecido chico abre los ojos, y sobre él aparece una atractiva chica gótica pálida vestida con ropa informal, que lleva un ankh plateado en una cadena alrededor de su cuello y tiene una marca similar al ojo de Horus alrededor de su ojo derecho. Su propósito está claro: tiene que llevarse a Rowland. La chica desconoce el destino, pues su labor es simplemente convencer a los muertos, reconfortarles y acompañarles hasta el umbral.


Edwin observaba todo en silencio y triste. De alguna forma desconocida para él, había salido del infierno y regresado a aquel colegio, donde sus huesos reposaban desde 1914, escondidos en el desván. El niño vivo y solitario al que acompañó en su último aliento era su único amigo en ese momento, y la chica pálida estaba a punto de arrebatárselo. Pero Paine no esperaba la renuncia de Charles, que se negaba a salir de allí si no iba acompañado de su uniformado compañero.

Sorprendentemente, la Eterna no insistió. Había problemas más acuciantes que atender y no había tiempo que perder. Se marchó a la carrera, dejando solos a los fantasmas, que ahora debían tomar una decisión. Podían quedarse allí, siendo los espíritus del desván, o podían marcharse de allí, buscando nuevos rumbos. La decisión era sencilla. Dejando sus cuerpos físicos atrás, ambos abandonaron aquel terrible y deprimente lugar, donde quedaron todos aquellos que súbitamente habían salido del Infierno.

- ¿Qué me dices de los demás? - preguntó Edwin mientras ambos recorrían los pasillos del colegio - ¿Crees que alguna vez volverán al Infierno?

- ¿Volver? No lo sé. Creo que el Infierno no es un lugar, sino algo que llevas contigo – contestó Charles mientras observaban como los ocupantes del internado cometían todo tipo de barbaridades – Hacen lo mismo que han hecho siempre. Se lo hacen a sí mismos. Eso es el Infierno.

- Creo que no estoy de acuerdo. Creo que tal vez el Infierno sea un lugar. Pero no tienes por qué quedarte en el mismo sitio para siempre.

No puedo contaros qué pasó con Charles y Edwin durante los tres años siguientes, pero sí se puede decir que en diciembre de 1993 ambos reaparecieron en La cruzada de los niños, donde ambos ya formaban la agencia de los Detectives Muertos, para investigar la desaparición de numerosos niños en la localidad de Flaxdown. Pero esa, amigos y amigas, es otra historia...

Félix R. Herrera


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