El día en que Xan Borrasca fue reconstruido por demonios forjadores


 

Cuando eres capaz de vislumbrar el más allá, solo tienes dos opciones: abrazar ese don o huir de él. Durante años, Xan Couto decidió hacer lo segundo, y nadie puede juzgarle por ello. A fin de cuentas, él no deseaba tener esa habilidad, ni los desagradables efectos secundarios que conllevaba convivir con ella. Por no hablar del precio que tuvo que pagar para ver el Alén: perder a sus padres, un ojo y la mitad de su cuerpo.

Hubo un par de circunstancias que precipitaron la apertura del Gabinete. Una fue la lectura del crossover entre Batman y Dylan Dog, que reunió tan dispares ficciones en una trama que funcionaba de forma sorprendente. La otra fue una charla que Germán, mi compañero en el podcast Reunión de Bardos, organizó a finales de 2023. Ambos debíamos leer una novela recién editada y escrita por Miguel Salas Díaz. Poco podía sospechar que las peripecias de un traductor literario tullido marcarían tanto los siguientes pasos de este asistente.

Siempre se dice que el maestro aparece cuando el alumno está listo. Hay sendas que comienzan a recorrerse al recibir un pequeño empujón por parte de figuras inspiradoras. Personas que despiertan una chispa dentro del alma y un deseo por construir algo que se sienta como propio. En muchas de esas ocasiones, esos maestros ignoran su condición. En el caso particular de quien escribe, han sido escritores, divulgadores y periodistas como Javier Sierra, Santiago Camacho, Pablo Vergel, Jesús Callejo, Javier Jiménez Barco, Alberto López Aroca, mi amigo Germán o el propio Miguel Salas. Todos ellos impulsaron de una forma u otra mi deseo de escribir. Tras más de una década haciéndolo en distintos medios y formatos, creo que es de justicia agradecerlo con estas parcas palabras.

Aun me sorprende la bibliografía que salió a colación en el podcast que se grabó en su momento para hablar de La madre del frío (Alrevés Editorial, 2023). Miguel y Germán intercambiaban impresiones sobre algunos detectives de lo oculto clásicos como Moris Klaw o John Thunstone, y al mismo tiempo me descubrían otros más modernos como Charlie Parker – protagonista de un ciclo de novelas escritas por John Conolly – o David Tewp, de Philippe Cavalier. Personajes aparecidos en la literatura, pero también en otros medios, como el cine o el cómic. Algunos de ellos ya han hecho acto de presencia en este blog, pero me congratula saber que hay muchos más por conocer y descubrir. Como el propio Xan Couto o Xan Borrasca, creado por el propio miguel para sumarse a esa curiosa lista de particulares personajes versados en lo oculto, en cualquiera de sus múltiples ramificaciones.

La madre del frío nos presenta una serie de asesinatos de carácter sobrenatural que entroncan con el pasado del personaje. Un protagonista que vive de forma frugal en una aldea gallega, traduciendo libros y huyendo de aquello que le arruinó la vida. Un tipo de mediana edad, descuidado y atormentado no solo por los eventos extraños que vive día a día, sino también por una discapacidad adquirida que le limita bastante más de lo que le gustaría.

Fue quizá esa dolencia lo que me conectó al personaje. Su hemiplejia no tiene nada que ver con la hipoacusia neurosensorial, pero las descripciones de sus estados de ánimo o sus formas de rehuir las miradas de otros me parecen muy acertadas. Es lo que ocurre a veces cuando la dolencia sobreviene a edades difíciles. En la adolescencia, sobre todo. Cuando crees que todos te juzgan, te miran de reojo y cuchichean. Aunque es cierto que en el caso de Xan hubo factores mucho más dolorosos y llamativos. No solo perdió a sus padres en el proceso, sino que la magia y algunos seres infernales jugaron papeles clave. Es lo que tiene ser nieto de una meiga legendaria conocida como Juana Dientes, desaparecida en extrañas circunstancias hace más de medio siglo.

Para poner a los lectores en situación, el accidente que cambiaría el devenir de la vida de Xan ocurrió en algún momento de 1983, cuando contaba doce años de edad. Ignorante de los secretos que rodeaban a su familia paterna, el por entonces feliz niño regresaba del cine junto a sus padres, en un viaje por carretera que discurría con cierta tensión debido a las fuertes lluvias. De repente, como suele suceder con los momentos trágicos, todo se volvió confuso y agónico. La realidad de Xan se resquebrajó tanto como su cuerpo. Apenas era consciente de lo que ocurría a su alrededor. Oía en la lejanía la voz de su tío, tratando de darle aliento en medio del terrible trance. El niño sabía que el lado derecho de su cuerpo era una papilla inútil, y que la cuenca de su ojo estaba vacía. No pintaba bien.

Xan oyó una letanía incomprensible para su joven mente, recitada por su tío. El olor a azufre inundó sus fosas nasales, dejando claro que allí había aparecido otra presencia, distinta a cuantas hubiera imaginado. Un poder fuera de lo común se había materializado en el lugar y tenía la forma de un sapo gigantesco. Una monstruosidad que reconoció al tío de Xan como descendiente de Juana Dientes y al que atendió en reconocimiento a su condición de brujo. El trato era simple: la curación del niño a cambio del alma del hombre. Un pacto demoníaco en toda regla, con beso en el trasero y marca a fuego incluidos. Para completar el ritual, el niño debía permanecer toda la noche boca abajo en el tronco de un roble. De esta forma, el demonio Zuzio terminó su parte del trabajo. Ahora todo quedaba en manos de los Hermanos Forjadores.

Lo que sucedió a continuación fue aun más extraño que lo anterior. Tanto que Xan aun dudaba si fue real o producto de una elaborada ensoñación. Aunque a la vista de los resultados, cabía presuponer que todo había sido más real de lo que estaba dispuesto a admitir. La interminable caída, el calor, la luz escarlata, los golpes rítmicos, y los demonios de color rojo y patas de cabra. Había caído sobre el Ara a través de la Puerta del Zenit. Allí, los Hermanos se afanaron en reconstruir todo el lado derecho del cuerpo del niño, aunque para ello hubo que destrozarlo por completo.

El proceso fue ejecutado con pericia y precisión. Miles de bichos redujeron la carne del lado derecho del jovencito a huesos, para luego ser sustituidos por otros nuevos, hechos de una aleación particular. Luego llegaron los tres baños rituales: azufre, mercurio y sal. Tres inmersiones que acabaron con la menguada resistencia de Xan, que acabó experimentando una sensación que iba más allá del dolor. Su cuerpo había sido rehecho por manos expertas, trabajadores que parecían piadosos a pesar de las apariencias. El niño continuaría con su vida, pero nunca volvería a ser el mismo. Eso aun no podía saberlo. Necesitaría otra traumática experiencia para calibrar sus nuevos atributos. A pesar de que parecía imposible, había estado en un lugar más allá de la vida y muy cercana a la muerte. De ahí en adelante, y gracias a su nuevo ojo derecho, podría ver lo que existe en ambos lados. Uno resultaría mucho más desagradable que el otro…

Este no es sino el comienzo de la historia del detective de lo oculto gallego. Muchas peripecias le aguardan aun, preñadas del folclore del norte peninsular, en la que Miguel Salas es un experto. Su novela – de la que se espera una continuación que a buen seguro será bien recibida – se ha ganado su particular hueco en la enorme galería de trabajos que tienen a detectives de lo oculto y otros conocedores de dichas lides como personajes importantes. En su momento comenté con el autor los paralelismos existentes entre Xan Borrasca e Isaac Zarco, otra de esas creaciones de nuevo cuño, imaginada por el podcaster y escritor Antonio Runa, famoso por capitanear La Órbita de Endor. Estad convencidos de que sabréis más de ellos en un futuro cercano. Por ejemplo, en este mismo rincón digital.


Félix Ruiz H.




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