Uzumaki: los efectos de la maldición de las espirales


 

¿De dónde viene el terror? ¿De lo desconocido? ¿De la posibilidad de la muerte? ¿O de la existencia de lo inimaginable?


Queridos aprendices, asistentes y curiosos, bienvenidos a un nuevo post de nuestro Gabinete. Nuevo año, lo que aquí significa nuevas formas de acercarnos a lo desconocido. Y qué mejor forma de hacerlo con una maldición, que actúa de forma cíclica en una zona muy concreta de Japón y que acaba por devastarla.

Tras varias semanas desde el estreno de la última adaptación de la obra de Junji Ito, es momento de sentarse y escribir algunos párrafos sobre la obra en la que se ha centrado la polémica. Pero no será en este texto donde encontréis críticas a la animación de la serie, su ritmo o su duración. Ya hay suficientes ejemplos de todo eso. Por nuestra parte, vamos a ir al meollo de la cuestión. A esa amenaza de tintes cósmicos que infecta y destruye un lugar muy concreto de la geografía japonesa. A un mal silencioso y subterráneo que tiene efectos devastadores en quienes tienen la desgracia de estar en su radio de acción. Pues las espirales lo toman todo para ellas.

El 2024 fue un año muy ilusionante para los amantes de los mangas de terror de Junji Ito. El natural de Nakatsugawa vio en los recientes años cómo su arte tan particular y sus historias bizarras habían trascendido su Japón natal y llegado a buena parte de Europa y Estados Unidos, cosechando un éxito entre crítica y público que siempre ha afrontado desde la humildad más sincera, como se desprende de las múltiples entrevistas que ha concedido y eventos a los que ha acudido. Es más de una ocasión he expresado – en otros textos y en alguna intervención radiofónica – que esta fama le ha llegado tarde, cuando sin duda llevaba al menos dos décadas mereciendo más crédito del que poseía. Cosas de la vida. Más vale tarde que nunca. Pero este pasado año era el señalado para que su obra maestra tuviera una adaptación animada a la altura. Muchos esperábamos que Uzumaki hiciera justicia a su autor. Por desgracia, no ha sido así. Aunque ello no impide que, desde nuestra particular perspectiva, nos adentremos en el estanque de Kurouzu y tratemos de sacar algo en claro sobre sus efectos en todo lo que lo circunda.

Uzumaki fue publicado por primera vez entre 1998 y 1999 en las páginas de la revista Shûkan Big Comic Spirit y supuso el primer intento de Ito de crear un manga largo. Ya llevaba bastantes años elaborando las que, a día de hoy, siguen constituyendo el núcleo fundamental de su labor artística: sus historias cortas. Incluso ya había hecho una intentona, aunque con distintas intenciones, con Un muerto enfermo de amor. Pero fue aquí cuando llevó esa tarea al siguiente nivel. Combinando los capítulos autoconclusivos con una trama de fondo que se va desplegando gracias a sus protagonistas, Ito preparó una vez más la trampa que siempre tiende a los lectores – y editores, pese a que siempre ha sido claro al respecto – que se adentran en sus visiones extremas: no sabe y no quiere dar cierres definitivos.

Resulta curioso conocer los detalles del cómo accedió a trabajar en una serie larga, extremo sobre el que podéis indagar en su ensayo Agujeros espeluznantes: donde nace el terror, editado por ECC Ediciones en abril de 2024. Pero lo que aquí resaltaremos ahora mismo son algunas de las ideas sobre la que construyó el manga sobre el pueblo maldito. El tema básico apareció rápido: una ciudad en la que ocurrían eventos extraños. Una premisa muy frecuentada por Ito, pero que explotó en todas sus facetas en Uzumaki.

Luego pensó en hileras interminables de casas, pero la dificultad de dibujarlas a vista de pájaro llevó al autor a imaginar la forma de espiral (uzumaki, en el idioma original). A medida que fue superando su propio prejuicio a los dibujos con estas formas – pues le parecían cómicos – el mangaka decidió que las espirales serían el centro de la trama. La editorial que le encargó el trabajo le facilitó el acceso a multitud de libros donde aparecían objetos con estas formas. Incluso alguno que le dio cierta sensación de misticismo y universalidad, como si la espiral fuese una parte intrínseca del lenguaje, la religión e incluso el cosmos. Todas esas posibilidades fueron exploradas en los diferentes capítulos del manga, y no solo con el fin de espantar. Ahí, de fondo, quedó un poso misterioso sobre el que debatir y arrojar hipótesis.

Como hilo conductor, Ito creó a los dos protagonistas, quienes a su vez reflejan dos formas diametralmente opuestas de enfrentarse al problema planteado. Por un lado está Kirie Goshima, una chica que trata de continuar su vida con cierta normalidad a pesar de ser consciente de que algo anda muy mal en Kurouzu. Y por el otro tenemos a su novio, Shûichi Saitô, quien reside en el pueblo pero acude a clases en una localidad vecina, por lo que se ve menos afectado por la maldición, pero no por ello es menos consciente de su existencia. De hecho, expresa sus deseos de escapar del lugar con Kirie constantemente. Pero ella, de una forma u otra, le ata al lugar.




Ciudad pequeña y costera, Kurouzu tiene en su centro un estanque que va ganando protagonismo conforme pasan las páginas. Shûichi nos hace partícipes de sus sospechas casi desde el principio. Al estudiar fuera, advierte a diario que el pueblo se está tornando más siniestro, al igual que ocurre con el mar que baña su costa y las montañas que la rodean y separan de Midoriyama, el pueblo más cercano. Por razones que nunca se explican – y que Ito nunca pretendió esclarecer –, el estudiante se sentía especialmente indispuesto cada vez que volvía en tren desde su instituto. Y todo lo achaca a la contaminación por las espirales, algo que Kirie comprenderá cuando se vea inmiscuida en situaciones cada vez más rocambolescas, todas ellas relacionadas con esta forma geométrica.

No es menester desgranar la trama capítulo a capítulo. Pero sí que es preciso hablar de los diversos efectos que esta maldición – sobre la que trataré de explicar algo en otra entrada – tiene sobre los habitantes de Kurouzu y las personas que de una forma u otra acaban atrapadas allí. No todos ellos se presentan en cada habitantes del lugar, ni afectan únicamente a seres vivos. Hay particularidades y efectos variables, dependiendo de factores que desconocemos. Pero sí que hay un punto focal: la atracción hacia el centro del pueblo. Una necesidad que se convierte en irresistible y que finalmente se mostrará en todo su esplendor. En primer lugar, hablaremos de algunos de esos efectos en los habitantes del pueblo.

El primero de ellos – y que, curiosamente, parece afectar primero a Shûichi, a pesar de que luego no evoluciona a estadíos más avanzados o graves – es el malestar generalizado, manifestado sobre todo en fuertes dolores de cabeza y náuseas. La fuente principal o activador de esta dolencia es la sirena del faro cercano a la costa del pueblo. Un lugar que está afectado a su manera, como los lectores saben o pueden comprobar si nunca han leído el manga.

El segundo es la obsesión por las espirales. Siendo una forma muy común tanto en la naturaleza misma como en las creaciones humanas, hay personas dentro de Kurouzu que se muestran especialmente sensibles a padecer esta fijación. Entre ellos, están los padres de ambos protagonistas. Mientras el padre de Shûichi busca que la forma de espiral esté paulatinamente más presente en su vida diaria – hasta alcanzar extremos muy desagradables –, el padre de Kirie vuelca todo su trabajo artístico (la alfarería) hacia las espirales. Para ello, recurre a una arcilla muy especial y concreta: la proveniente de la orilla del estanque, que pronto se verá nutrida de cenizas muy especiales. Pero ya llegaremos a eso.



El siguiente efecto, y que en algunos casos puede ser derivado del anterior, es la aparición de transformaciones físicas. Sin duda, una de las características más espectaculares de la maldición. Las mismas pueden aparecer en cualquier parte del cuerpo. A veces, es el pelo el que toma forma de espiral. Otras veces son diversas partes de la anatomía, como el abdomen. Pero, según los acontecimientos se desarrollan y los afectados se ven más y más expuestos, las variantes son cada vez más llamativas y masivas. Cuerpos enteros que se retuercen sobre sí mismos y forman muelles humanos, órganos que cambian y adoptan características imposibles, aparición de múltiples callosidades que derivan en tentáculos óseos y, finalmente, el efecto físico más desconcertante: la transformación en lo que en la obra se denomina como “caracolense”, un ser más parecido a un molusco gasterópodo (concha incluida) que a un humano. Esta evolución – si es que puede denominarse de esa forma – es progresiva y comienza con la pérdida de control motriz en quienes se la sufren. Tras perder movilidad y agilidad, un quiste comienza a crecer en la espalda del infectado. Posteriormente, cuando este bulto adquiere la forma de concha, las extremidades de los enfermos se encogen y pierden su forma, hasta quedar prácticamente reducidas a nada. Finalmente, los ojos se separan del cráneo, quedando en los extremos de dos tentáculos, tal como ocurre con los gasterópodos comunes. Desconocemos si a todos estos síntomas habría que añadir el deterioro cognitivo o la pérdida de memoria.




Otra posible afección – mucho menos grave que la anterior, pero igualmente molesta – es la desorientación y posterior pérdida de la capacidad de andar en línea recta. Se presenta de repente, provocando que los afectados comiencen a andar o correr en círculos, siendo incapaces de hacer otra cosa sin ayuda de otras personas que las ayuden.

El último derivado de este mal que parece afectar en exclusiva a los seres humanos y que describiré aquí es la capacidad de crear remolinos de fuerza variable. Quienes adquieren esta suerte de poder pueden desatar verdaderos huracanes gracias a actos simples como gritar o agitar sus brazos. La cercanía al centro del pueblo – y, por ello, al estanque – parece estar muy relacionado, pero no hay evidencia definitiva de que esto sea así.

A continuación, describiré de forma resumida otra serie de efectos de esta maldición en el entorno. Porque, como ya he adelantado, lo que acontece en Kurouzu no solo inmiscuye a los seres humanos. Ni tan siquiera, al resto de seres vivos. Sea cual sea la naturaleza del mal que azota de forma cíclica a la zona, tiene consecuencias difíciles de explicar desde un punto de vista crítico. No se descarta ninguna explicación, aunque la misma tenga que ver con lo sobrenatural.

Muchas de las plantas que crecen dentro y alrededor del pueblo adquieren formas curvas o de espiral. Esto ocurre tanto en flores como en árboles, por ejemplo. No es posible determinar hasta qué grado llega la afectación en relación con la cercanía o lejanía al estanque, pero se infiere que puede existir una relación inversa a la que puede presentarse en humanos. Es decir: a mayor distancia – siempre dentro del indeterminado perímetro en el que actúa la desconocida fuerza que está detrás de todo este asunto – mayor alteración de los patrones puramente externos.

En cuanto a la vida animal, hay pocas evidencias sobre las que sustentar explicaciones que tengan sentido. Sí que se puede hablar de un caso concreto: el de los mosquitos. Aunque no se puede dilucidar si hay efectos físicos sobre ellos, sí que es posible aseverar que sufren alteraciones interiores que luego actúan sobre quienes sufren sus picaduras. Además, sus necesidades nutritivas parecen aumentar, así como su agresividad. Enjambres más o menos numerosos son capaces de acabar con la vida de una persona, bien por alguna reacción alérgica potenciada o por la extracción masiva de sangre en las víctimas. Los casos más desconcertantes son aquellos que involucran a mujeres embarazadas, sin importar en qué fragmento de la gestación se encuentren. La voracidad de los mosquitos parece trasladarse a estas mujeres, que necesitan de un flujo constante de sangre para calmar su sed. Esto las convierte en una amenaza para quienes las rodean. ¿Existe el vampirismo adquirido a través de la picadura o mordedura de mosquitos?




Por si eso fuera poco, los bebés de esas mujeres también se ven afectados. Aunque, en sus casos, la transformación tiene que ver con sus placentas – de las que no quieren separarse – y con unas capacidades cognitivas muy superiores a las que deberían tener. Los recién nacidos son capaces, por ejemplo, de hablar, razonar y trazar planes.

El agua, en movimiento o no, tiende a formar espirales. Tanto en la costa cercana a la población como dentro de ella, cualquier acumulación del líquido elemento muestra esta particularidad. El caso más patente es el del propio estanque, que forma un enorme remolino central. He insistido en varias ocasiones en que se trata del epicentro de todo y buena muestra de ello es su poder de atracción. No solo hacia las personas, sino a sus propias cenizas. Y es que las múltiples cremaciones que se producen en el pueblo acaba de la misma forma: con las cenizas de los difuntos siendo engullidas por las aguas arremolinadas del estanque.

Lo que ocurre en Kurouzu también afecta a otros elementos. La tasa de torbellinos y huracanes que afectan a esa pequeña zona escapa a cualquier gráfica o lógica. La luz artificial del faro adquiere una fuerza térmica muy potente, siendo capaces sus haces lumínicos de quemar todo aquello que sea tocado por ellos. En cuanto a la tierra y la orografía de la zona, la misma parece formar una suerte de prisión a gran escala de la que resulta imposible escapar. Convergiendo en el centro del pueblo, tanto las montañas como los caminos y carreteras pierden su discurrir habitual y devuelven hacia el estanque a todo aquel que intenta escapar.

Si esta alteración geográfica es difícil de explicar, aun lo es más la distorsión temporal que afecta a quienes se mantienen con vida durante los días previos al fin del periodo de actividad del esquivo mal procedente del interior del estanque. Esta distorsión se hace patente cuando Kirie, Shûichi y varias personas más intentan escapar de Kurouzu a través de las montañas, dejando tras de sí a mucha gente hacinada en las casas que aun permanecen en pie. Tras un periplo infructuoso y que solo dura unas horas, su inevitable regreso es bienvenido por un conocido que parece haber envejecido varios años. De la conversación entre las partes se puede deducir que, lo que para los fugados ha sido poco más que un largo paseo, para quienes quedaron en el pueblo fueron varios años de duro trabajo, edificando casas adosadas en forma de espiral.




Todo lo anteriormente citado y resumido es un intento – quizá poco afortunado, eso lo debéis juzgar vosotros – de describir parte de los extraños eventos que azotan a la zona donde se levanta Kurouzu. En cuanto a su naturaleza, como manifesté desde un principio, solo podemos plantear algunas hipótesis. Pero no lo haremos ahora, sino que os emplazo a escritos posteriores. Espero que este adelanto haya sido de vuestro interés.



Imágenes tomadas directamente de la serie o capturadas por el autor en el manga.

Félix Ruiz H.


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