El mundo perfecto


 

Queridos aprendices, asistentes y curiosos, bienvenidos a un nuevo post de nuestro Gabinete. Retornamos a las andanzas de Dylan Dog para echar un vistazo a una llamativa historia escrita mano a mano por Paola Barbato y el mismísimo Tiziano Sclavi, con dibujo de cubierta de Angelo Stano y dibujo de Corrado Roi. Un pequeño volumen autoconclusivo que he leído varias veces en los últimos días y que refleja las altas cotas de calidad que puede alcanzar la serie.

El mundo perfecto se publicó por primera vez el mes de abril del año 2000, siendo traducido cuatro años después por Aleta Ediciones. En la página inicial, la gente de la editorial española aclara que en este número eliminó el subtítulo de “Investigador de lo Imposible”, pues ya lo estaban usando con Martin Mistère, también editado tanto por Bonelli como por Aleta. En su lugar, se remiten a la página 2 del original italiano, donde se puede leer “Dylan Dog, Detective de las pesadillas”. Un apodo que desde luego no puede ser desdeñado, y menos aun en historias como las que siguen, cuyo epicentro es una niña que sufre continuas ensoñaciones desagradables.

El mismo inicio de la historieta comienza con un grito en medio de la noche, cuando un curioso reloj señala las tres de la madrugada. Un joven intenta acudir en auxilio de la persona que grita, pero no es capaz de moverse. A las ocho en punto de la mañana, el mismo hombre despierta. Su aspecto nos es tremendamente familiar. Por desgracia, es algo que él mismo no puede compartir. ¿El motivo? No recuerda absolutamente nada. La habitación donde despierta, el granero que ve a través de una ventana, la cara que ve en el espejo del baño… Todo está en blanco, aunque sí hay una primera pista sobre lo que está sucediendo: el joven tiene una pequeña herida en la cabeza.

Tras una ducha, el tipo coge sus ropas y, mientras piensa, la expresión “Judas Iscariote” le desconcierta. Desde los primeros compases, los lectores sabemos que este amnésico es Dylan Dog, pero todo comienza a complicarse rápidamente en cuanto sale de la habitación. Una doncella le saluda, pero muestra una actitud extraña y esquiva cuando es interrogada por el detective. El asunto va a mayores en cuanto llega a la planta baja de la casa y al comedor, lugar en el que se encuentra con una niña. El pequeño shock sufrido justo cuando se produce ese primer encuentro provoca que el protagonista empiece a sentirse mal. La niña le auxilia y le llama Rupert. ¿Rupert? ¿Qué diablos está pasando aquí?


Rupert está sufriendo un ataque, pero no tiene de qué preocuparse. Toda su familia está allí. Su madre, su padre y su hermana pequeña. El viejo doctor Evans acude rápidamente a tratar el mal del chico, que al parecer ocurre de vez en cuando. Las inyecciones que éste le proporciona deberían aliviar las crisis poco a poco. Pero no debería ser el médico quien vuelva a poner al día a Rupert. Eso correrá a cargo de Joy Donegal, la pequeña de la casa.

Según Joy, Rupert tiene casi tres veces su edad, y tuvo un accidente grave que provocó que permaneciese tres años en coma. Despertó pocos meses antes, durante los cuales ha padecido episodios más o menos prolongados de amnesia total. Las parcas explicaciones de Joy – que además comienza a mostrar una extraña fijación con el número tres – son interrumpidas por el tío Max, un viejo borrachín que recomienda al confuso Rupert que salga de allí lo antes posible. Joy aduce que Max hace aquello por celos hacia Rupert, pues desea ser su único amigo... Todo eso llega a oídos de un adormecido Rupert, que solo desea recordar.

Su reposo no va a ser nada tranquilo, pues se ve a sí mismo conduciendo a través de lo que parece ser un bosque, para luego ser cegado por algo y estamparse frontalmente contra un árbol. Las visiones siguen sucediéndose consecutivamente, en pequeños retazos. La casa, el doctor Evans, el tío Max, un tipo parecido a Groucho Marx…

Nada de aquello tiene sentido para el atormentado Rupert, que encuentra a Joy en los aledaños de la casa, leyendo un tebeo de terror. Ante la insistencia de su hermano, la niña le asegura que al mayor ce la casa le encanta montar a caballo, y que su mejor amigo es un caballo llamado Groucho. La sesión ecuestre casi acaba en tragedia, motivo que lleva al padre de los Donegal a llamarle la atención a la pequeña. Esto no le sienta nada bien a Joy, que acaba con la discusión de forma tajante, sin darse cuenta de que el accidentado jinete acababa de encontrar la boquilla de un clarinete.

Rupert encuentra en su supuesta hermana un bote salvavidas al que aferrarse. Ella parece ser la única que puede darle explicaciones sobre lo que le pasa. Pero sus contestaciones resultan extrañas al treintañero. ¿Él era el administrador de la finca? Eso no tenía ningún sentido para él. Su deseo siempre fue ser detective. Pero no uno cualquiera, sino un detective de los sueños… Un detective de las pesadillas.

Un grito volvió a quebrar el silencio de la noche mientras el llamativo reloj que vemos en las viñetas de Corrado Roi marca las tres de la mañana. Rupert apenas puede moverse, pues los calmantes que el doctor Evans le aplica a diario tienen un fuerte efecto en él. Aun así, debía socorrer a Joy. Era ella quien gritaba desde su habitación. A duras penas, Rupert avanza por el pasillo, mientras oye a su hermana cantar una nana de Edith Mabel Russo, Canción para dormir. Está a punto de llegar, pero el tío Max le ayuda a volver a su cama. Las pesadillas del propio joven no mejoran, sino que cada vez son peores, pues Rupert se siente caer a un vacío infinito, donde dos enormes y huesudas manos le esperan para arrastrarlo hacia lo desconocido.


Aquel entorno era raro. Definitivamente, aquel no era el hogar de Rupert, pero no tenía forma de demostrarlo. Aunque lo peor de todo era la confusión. Las barreras entre realidad y sueño eran cada vez menos perceptibles. El hombre oía voces y se encontraba con dos manos gigantescas y huesudas en la habitación de Joy, en la que se refugió cuando el doctor Evans le sugirió que volviese a recibir una dosis del calmante que le hacía estar tan disperso. Pero lo más raro era la casa de muñecas. ¿Aquellos eran los miembros de la casa, recreados al detalle?

Por si fuera poco, nuevos personajes aparecen en todo este teatro. El primero de ellos es Julius, el criado de la finca que se parece sospechosamente al hombre deforme de la portada del tebeo que Joy leía el día anterior. Luego aparece Loren, la novia de Rupert, que es traída a la casa por Joy para ayudar a disipar sus dudas. La preciosa joven da sin querer una nueva pista de que allí había gato encerrado. Según ella, los episodios de amnesia de Rupert venían sucediéndose durante los dos últimos años. Pero aquello no era posible, pues todos aseguraban que solo llevaba despierto del coma unos pocos meses. ¿Acaso Loren estaba recitando un guion aprendido? ¿Pero quién lo había escrito?

Toda la madeja de mentiras comienza a deshacerse cuando Rupert entra en el granero y encuentra un coche accidentado. Encuentra en la guantera un clarinete que le resulta muy familiar, pero la respuesta definitiva radica en un periódico en el que se dice que el “caso del violinista” había sido resuelto poco tiempo antes por el detective Dylan Dog. Dylan Dog… Dylan Dog… ¡Él no era Rupert Donegal, sino el investigador de la pesadilla! ¿Por qué todos le estaban engañando y le querían retener allí? Ansiaba saberlo, pero no contaba con recibir una nueva inyección. El sopor volvía otra vez.

Las tres de la mañana. Otro grito de Joy. Esta vez era ella quien entraba a la habitación de su hermano en busca de protección. Un agujero se estaba abriendo sobre el cielo de la casa. El doctor Evans usaba un instrumento quirúrgico mientras decía que uno de los dos debía morir. El techo de la habitación era agujereado por dos manos enormes y huesudas, manos que se llevaban a Joy ante la imposibilidad de que Dylan pudiese hacer algo por ella. No podía despertar, y Rupert no podía nacer...

Un vez repuesto, Dylan solo tenía un objetivo en mente, y ese era huir de allí a toda costa. Groucho le lleva lejos, pero se detiene bruscamente. No puede dar una zancada más y hay una buena razón para ello: la tierra se acababa allí. Dylan Dog estaba frente a un abismo insondable. El entorno en el que había vivido durante los últimos días era una suerte de microuniverso, una roca en medio del cielo. Bañado por la luz de la Luna, el detective solo podía ver estrellas sobre él, pero nada más allá de borde de aquel recinto imposible. No podía ser real. Aquello requería dar un salto de fe, un paso hacia la verdad que Dylan da. Cayendo durante lo que parecía ser una eternidad, el detective acaba cayendo sobre un terreno resbaladizo, chocando con un tronco de árbol y reposando su maltrecho cuerpo en una pequeña balsa de agua. ¿Aquello era el fin?


En la casa, todos se preguntaban si Rupert volvería. La iracunda Joy estaba segura de ello, pero no así los demás. Ni tan siquiera el tío Max podía consolar a la niña, que solo deseaba volver a ver su hermano. Y éste apareció por última vez ante todos ellos. El caso de los Donegal debía ser resuelto, y las respuestas ya estaban al alcance de la mano de Dylan Dog.

Éste se fue encontrando con cada miembro de la casa. Uno a uno, todos ellos se fueron evaporando, convirtiéndose en pompas de jabón que desaparecían en el cielo. Julius, la madre, el padre, la doncella, el doctor Evans e incluso Loren, que se despide de él con un beso sincero.

Joy esperaba en su habitación. Solo quería dormir una vez junto a su hermano, que no pudo negarse a hacerlo. Él la cuidaría y velaría sus sueños. A las tres de la mañana, los acontecimientos se repitieron. ¡El agujero y el vacío! Pero esta vez parecía distinto, pues en el fondo de aquel agujero brillaba una gran luz. ¿Entonces, quién venía a por Joy cada noche? Ella creía saberlo: las manos huesudas eran la vida. Ella nació a las tres de la madrugada, pero Rupert murió.

- No, Joy. No es verdad. Erais dos gemelos… Joy y Rupert… Pero algo no fue bien en el parto que atendía el doctor Evans… Rupert nació… Vivo… Y tú… Tú no, Joy. Hace doce años, a las tres de la madrugada… Tú moriste, Joy. Pero no te diste cuenta… O no quisiste aceptarlo… Has crecido en un limbo sin paz… Has vivido sin llegar a nacer nunca… Atormentada cada noche por esa pesadilla atroz. Ahora te toca elegir… Si continuar atormentándote eternamente o dormir sin pesadillas por fin.

Cuesta aceptar la verdad, pero ésta era incontestable. Joy Donegal se entregó a las manos, más acogedoras. En postura fetal, la niña fue engullida por la luz, descansando al fin. La pesadilla de una niña no nacida acababa. Efectivamente, Dylan fue a investigar qué pasaba en aquel caserón abandonado hacía casi doce años, poco después de la tragedia familiar. Los Donegal recibieron una bendición y una maldición al mismo tiempo. Rupert nació, pero no así Joy. Nadie contaba con que la niña no nata se aferrase de esa forma a la vida, hasta el punto de convertirse en un fantasma tan poderoso que incluso era capaz de construir un pequeño microcosmos en el que recrear el que hubiese sido su mundo perfecto. Dylan pasó a ser Rupert tras cruzarse en el bosque con el espectro de la niña, que pasaba los días sin ver a su hermano. Solo Max, un borracho que se refugió en los restos de la casona, se prestaba a jugar con ella. Pero aquello debía terminar, y terminó.


Félix R. Herrera




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