Carnacki en la Habitación Gris


 

No dispondrás de salvaguarda alguna ni de lugar santo, cuando la abominación haga hablar a la madera y a la piedra”.


Queridos aprendices, asistentes y curiosos, bienvenidos a un nuevo post de nuestro Gabinete. En esta bitácora detectivesca y llena de objetos de poder, criaturas de todo tipo y peripecias que ahondan más o menos en el terreno de lo sobrenatural, también hay un espacio especial para los libros insólitos. Desde luego, un material que se antoja básico para muchos de los que gustamos de estas materias. Y precisamente hoy vamos a hacer una primera mención a uno de ellos: el Manuscrito de Sigsand, que el bueno de Thomas Carnacki usó en no pocas ocasiones.

Entre las recientes lecturas de quien esto escribe se encuentra Planetary, escrita en su totalidad por Warren Ellis e ilustrada por John Cassaday. Hace pocas semanas me hice con la saga completa, compilada en un único volumen, y que está resultando ser una verdadera delicia. Y no solo por las aventuras del trío protagonista, los arqueólogos de lo imposible Elijah Snow, Jackita Wagner y El Batería. Toda la obra está repleta de guiños a la ciencia ficción de todo el siglo XX, incluyendo por supuesto al pulp y a los detectives de lo oculto.

En ese sentido el capítulo 13, en el que Snow se encuentra cara a cara nada más y nada menos que con el insigne Sherlock Holmes, constituye una verdadera catarsis. Lo que expresan – y lo que insinúan – solo puede ser enteramente comprendido por aquellos que están versados en las distintas materias, autores y personajes que Planetary homenajea. En los primeros momentos de ese peculiar encuentro, Snow coge un libro en particular de las librerías del detective de Baker Street. Una de las escasísimas copias de un manuscrito escrito no después del siglo XIV y que puede usarse para protegerse a uno mismo contra influencias sobrenaturales.

Este detalle, que solo ser observa en una única viñeta, nos transporta a las andanzas del detective de Cheyne Walk y a las reuniones que mantenía con sus amigos Taylor, Arkright, Jessop y Dodgson. En ellas, el Manuscrito de Sigsand tiene un papel destacado, por lo que ya era hora de incluir en este humilde espacio las primeras menciones que se hacen al mismo.

Para ello, repasaremos juntos los acontecimientos narrados en La Puerta del Monstruo – la primera historia de Carnacki, publicada con el título de The Gateway of the Monster en 1910, dentro de las ediciones mensuales de The Idlery que fueron recogidos en el volumen que Valdemar compiló en 2011.


Como solía ser habitual, los cuatro amigos de Thomas Carnacki habían sido convocados a una cena en Cheyne Walk, donde posteriormente les esperaba una tertulia de lo más estimulante. Mientras estaban sentados a la mesa, el detective era parco en palabras y detalles. Casi como si guardase energías de cara a la narración que sobrevendría después. Una vez acabados y reunidos en torno al gran sillón que ocupaba el anfitrión, los cuatro invitados abrieron bien sus oídos y mentes para atender a otro espectacular relato.

En aquella ocasión, Carnacki había emprendido una nueva investigación en un lugar no demasiado alejado de su propio hogar, aunque no iba a dar más detalles al respecto. Sí que dio un nombre falso a la persona que le hizo el encargo: un tal señor Anderson. Éste quería que el investigador resolviese un caso de “embrujo” que tenía lugar en una vieja y solitaria mansión que se levantaba en sus tierras.

Movido por la cantidad de detalles que le daba su interlocutor, Carnacki decidió acudir al lugar solo dos días después, encontrando que Anderson estaba ausente. Sin embargo Peters, el mayordomo de la mansión, tenía una carta en la que se le daba al detective carta blanca para que recorriese el lugar sin ninguna oposición y dispusiese de todo lo necesario para resolver el misterio.

Por supuesto, Peters sabía de primera mano lo que allí ocurría, y no dudó en poner en situación al invitado en cuanto éste comenzó a hacer preguntas al respecto. Todos los fenómenos extraños que acontecían en la mansión parecían concentrarse en la denominada como Habitación Gris.

Según el mayordomo, a medianoche comenzaban a oírse los tremendos golpes que la puerta de aquella estancia producía al abrirse y cerrarse continuadamente. Esto ocurría a pesar de que Peters era quien cerraba con llave dicha habitación y custodiaba la llave. El otro detalle que se repetía continuamente tenía que ver con la ropa de cama que allí era albergada, y es que la misma acababa amontonada en un rincón tras cada episodio de golpes.

Carnacki ya conocía algunos detalles escabrosos de la Habitación Gris, ya que en ella habían muerto tres personas: un antepasado del dueño, su esposa y el hijo de ambos. Y los tres habían sido estrangulados. Esta tragedia ya había sido consultada y probada por el detective, que intentaba no dar puntada sin hilo.

Sin perder tiempo, la Habitación Gris sería inspeccionada en esa primera noche de Carnacki en la mansión. A pesar de los impedimentos y ruegos de Peters, ambos se encaminaron hasta la entrada al lugar, siendo el detective el único que entró en ella. Tras una rápida inspección, y bajo la observación del mayordomo, el cazador de fantasmas precintó todos los rincones que pudo, a bien de descubrir a algún posible intruso “material” que provocase aquellos fenómenos.

Estos trabajos llevaron más tiempo del previsto. Estando cerca la medianoche, y con Carnacki aún en plena faena, Peters le rogó que saliese de la habitación a la mayor brevedad. La entrada a la habitación fue sellada, al igual que la cerradura, y el detective acudió a su dormitorio, que estaba en el mismo corredor que el pequeño recinto supuestamente embrujado. Una vez precintadas las cinco puertas que separaban ambas estancias, la primera noche dio comienzo de forma oficial.

No hubo de pasar mucho tiempo antes de que las cosas empezasen a torcerse. Un gran estruendo sacó de la cama al investigador, que cogió su revólver y salió al corredor. Pero, para su propia sorpresa, no fue capaz de avanzar hasta la Habitación Gris. El miedo pudo más que la curiosidad, por lo que echó la llave de su habitación y pasó las siguientes horas sentado en la cama, oyendo el tremendo batir de la puerta. Fuese lo que fuese aquello, era algo a lo que nuestro protagonista no estaba dispuesto a enfrentar en aquel momento.

La llegada de la mañana solía traer consigo la vuelta de la tranquilidad a la mansión. Peters ya se encontraba en el corredor, trayendo café al invitado. Carnacki confesó su falta de valentía, algo que el otro hombre agradeció, pues temía que algo funesto hubiese ocurrido si alguien hubiese pasado la noche dentro de la Habitación Gris.

El precinto del lugar maldito estaba roto, no había duda. La ropa de cama estaba en un rincón, tal como Peters adelantó que ocurriría. Una vez inspeccionado todo lo preparado el día anterior y comprobado que se encontraba intacto, ambos abandonaron la zona. Si querían sacar algo en claro, se antojaba necesaria una intervención más profunda. Todo el contenido del espacio fue sacado de allí, a excepción de la cama. Una vez precintado todo de nuevo, una nueva noche prometía traer consigo nuevas sorpresas.

Carnacki dispuso una cámara con su respectivo flash frente a la puerta de la Habitación Gris, del que partía un hilo que llegaba hasta su disparador. Si la puerta se abría, el fogonazo del flash iluminaría la zona y puede que empezasen a comprender qué era lo que realmente estaba sucediendo.

Una vez llegada la medianoche, el cazador despertó y salió al corredor. Una vez inspeccionado, volvió a su cama y se mantuvo despierto y con la puerta abierta, atento a cualquier movimiento anómalo. Hora y media después, el flash de la cámara se disparó, y poco después regresó el ensordecedor ruido de la puerta mientras se abría y se cerraba. Si aquello no era suficiente, el detective creyó oír que algo muy pesado se encaminaba hacia su posición, por lo que volvió a encerrarse en sus aposentos, con el revólver en la mano. Aquella entidad, fuese lo que fuese, quería entrar en la estancia, por lo que Carnacki pintó con tiza un pentáculo a su alrededor y se quedó en su interior hasta la llegada del alba.

Una vez reunido con Peters, comprobaron que el precinto había sido destruido otra vez, además del hilo que daba al disparador del flash. La ropa de cama estaba de nuevo en un rincón, sin que nada más pareciese haber sido alterado. Llegados a ese punto, el cazador decidió retornar a Cheyne Walk a recoger material para pasar la noche dentro de la habitación y averiguar de una vez por todas qué era lo que entraba en ella.

En esta ocasión, engañó a Peters haciéndole creer que pasaría la noche en la misma habitación de invitados, pero luego fue hasta la Habitación Gris y se encerró en ella, precintando la entrada. Llevaba la cámara y el flash con él. También un gato encerrado en una jaula, que dejó en un rincón. Y, lo más importante, el Manuscrito de Sigsand y los elementos necesarios para crear una protección eficaz ante la amenaza que se cernía sobre la mansión.


Así, completó el denominado como Círculo de Agua, además de los dibujos necesarios para elaborar el Segundo Signo del Ritual Saaamaaa. En su forma completa, este ritual contenido en el manuscrito incluye instrucciones para varias interacciones diferentes y defensas contra intrusiones por parte de entidades. Resumiendo: contiene hechizos de contacto, invocación, vinculación, protección y destierro de entidades sobrenaturales.

Es entonces cuando Carnacki menciona a sus compañeros de tertulia un primer detalle sobre el Manuscrito de Sigsand, que tiene que ver con su origen. Éste, según cuenta el detective en esta primera historia, fue elaborado no después del siglo XIV. Y era tremendamente eficaz, ya que había sido de utilidad en casos anteriores. Asimismo, se menciona cierto libro que un tal profesor Garder había escrito no hace mucho y que servía como complemento para los inventos de Carnacki en materia de defensa contra lo paranormal: Experimentos con un médium. Extrayendo ideas y conceptos de ambos volúmenes, el bueno de Carnacki ideó su particular pentáculo eléctrico, que combinaba con los signos esotéricos para granjearse la mejor defensa posible.

Este pentáculo era un dispositivo defensivo, en forma de estrella de cinco puntas. Era siempre construido a partir de tubos entrelazados que emitían un brillo azul pálido a partir de una corriente eléctrica alimentada por una batería. El pentáculo eléctrico es de un solo uso, debiendo elaborarse de nuevo alrededor de la persona, el objeto o el área a proteger en cada nuevo encuentro con cualquier amenaza.

Habrá futuras ocasiones para ofrecer más detalles sobre este invento, desde luego. Pero ahora volvamos a la Habitación Gris, pues solo nos queda destapar la verdad de lo que allí venía ocurriendo desde hacía bastante tiempo. En concreto, desde que el antepasado de Anderson murió en ella.

No se ha mencionado antes, pero no fue este antepasado el primero en morir en la estancia, sino que fueron su esposa e hijo quienes encontraron la muerte en primer lugar. Ante las sospechas hacia el hombre, éste decidió probar su inocencia durmiendo en aquella misma estancia, encontrando su final de la misma forma que sus seres queridos: fue ahorcado. ¿Pero cómo? ¿Qué o qué segó la vida de la familia, si nada ni nadie parecía haber invadido el dormitorio?

Thomas Carnacki vería con sus propios ojos al autor. O, más bien, a parte de él. El cazador de fantasmas lo nombró como la Cosa. Estando dentro de sus protecciones, vio como un viento atroz invadía el espacio. A continuación, notó como una sombra enorme iba adueñándose del lugar, para después arrancar violentamente la ropa de la cama, como pasaba cada noche. El sello de la puerta fue arrancado, la negrura se hizo total y el pobre gato fue brutalmente atacado por algo que aún no era del todo visible.

Era grande, de contornos imprecisos, y oscilaba de una manera extraña, como si fuese la sombra de una enorme araña suspendida en el aire, justo al otro lado de la barrera”.

Las barreras dispuestas por el detective le salvaron en aquel primer encuentro real. Pero no iban a ser eficaces durante mucho tiempo, pues la enorme mano materializada de esa Cosa estaba a punto de agarrar a su presa. El propio Carnacki estuvo a punto de romper los sellos protectores involuntariamente, pero llegó un momento en que dudó de que aquellos actos no habían sido inducidos por la entidad.

Las horas pasaron lentamente, pero el amanecer llegó. Y su bendita luz hizo que tanto la mano como su propietario desapareciesen. Un nuevo día había llegado y, con él, una nueva oportunidad para inspeccionar la zona. Fue en ese último intento cuando las cosas empezaron a cobrar sentido. La ropa de cama siempre acababa en el mismo rincón, lo que hizo que Carnacki diese con un pequeño objeto. Era una sortija, hecha de metal grisáceo, de forma pentagonal. Se trataba de la Sortija de la Suerte de los Anderson, una reliquia que había pasado de generación en generación y que, a la postre, era la causante de la manifestación de la Habitación Gris.

Cada generación de los Anderson rehusó de llevarla consigo. Al parecer, había sido traída hacía siglos por un cruzado, in darse más detalles al respecto. Pero sir Hulbert, el antepasado de Anderson que murió en el lugar, apostó a que la llevaría consigo, con el resultado anteriormente descrito. Tras aquello, nadie más durmió en la Habitación Gris.

La sortija no era un simple amuleto, sino que era una suerte de “puerta”. Tanto el viento que azotaba la puerta como la manifestación surgían del rincón donde ésta se escondía. Así que, si la sortija quedase encerrada dentro de unas protecciones, la manifestación malvada no podría cruzarlas. Pero ese extremo fue descubierto por Thomas de la peor forma posible, ya que se encerró dentro de los sellos con ella, lo que por poco provoca su estrangulamiento en la última noche maldita que pasó dentro de la Habitación Gris.

La “puerta del monstruo”, la Sortija de la Suerte, perdía su poder si estaba encerrada en los sellos. La puerta no era batida violentamente, ni las luces se apagaban con el tremebundo viendo provocado por la manifestación. Pero este portal debía ser destruido. Al día siguiente, el cazador fundió el pequeño pentagrama de metal en el centro del pentáculo eléctrico, dando fin a aquel “embrujamiento”. La manifestación, fuese lo que fuese, no podría volver a asustar nadie, ni mucho menos a hacer daño a ningún ser que pasase la noche en el dormitorio.

Así acaba este primer acercamiento a las historias de Carnacki y los escritos contenidos en el Manuscrito de Sigsand. Espero que su extensión no sea un problema y que estos párrafos sean del agrado de los lectores. Sabed también que próximamente volveremos a encontrarnos con el manuscrito, pero será en el 221B de Baker Street, cuando Elijah Snow y Sherlock Holmes se encontraron cara a cara...






Comentarios

Entradas populares de este blog

Objetos de poder: el bastón que N’Longa regaló al puritano Kane

Ascott Keane contra el Dr. Satán: primer encuentro

Pierre d’Artois contra los afreet