El Cuerpo del Deseo y la licantropía según el doctor Silence

 


En este lugar liminal, el tiempo y el espacio son totalmente relativos. La noción sobre ambos es diferente a cómo son entendidos en el mundo común y no se les concede demasiada importancia. Los eventos se suceden sin orden. A veces de forma continua, como un bucle. Otras sin ningún atisbo de lógica. Es parte de las lecciones del Gabinete. Puedo confesar sin ningún pudor que no entiendo cuáles son los propósitos últimos de los maestros, pero sí que sé algo: los conocimientos son importantes. Y aquí me hallo otra vez, sentado y escribiendo, para poner negro sobre blanco otra ínfima lección.

No sé cómo ni cuándo sucedió exactamente. El altavoz que suele reclamarme cuando divago sin rumbo fijo entre los infinitos pasillos de la Biblioteca de lo Outré dijo que me dirigiera a la entrada del Gabinete, al que se accede tras cruzar la Puerta de las Historias Improbables. Allí me esperaba alguien muy singular. Un asistente con mucha más experiencia que yo, y que había accedido a hablar conmigo para aclarar algunas dudas dudas que me habían invadido en los últimos días. Se trataba del señor Hubbard.

No sabía cómo reaccionar. Las visitas son totalmente inesperadas, y nunca sabes muy bien a qué o a quién vas a encontrarte. Pero viéndolo con perspectiva, aquello tenía sentido. Justo antes de aquel inesperado anuncio, me encontraba precisamente tocando con las yemas de mis dedos uno de los infinitos volúmenes dedicados al doctor Silence justo cuando el altavoz reclamó mi presencia. El que estaba rozando con mis manos era enorme y su título estaba escrito en un idioma incomprensible para mí, pero reconocí la ilustración de la portada. En ese momento, el altavoz me reclamó e instantáneamente me hallaba ante el asistente del doctor.

Hubbard lleva años siendo su aprendiz y poniendo por escrito sus casos. Desde luego, Silence es uno de los detectives de lo oculto que más admiro, y estaba deseando poder hablar con alguien sobre alguno de los muchos casos que investigó y resolvió. Quién mejor que el narrador de sus peripecias, que además ha sido partícipe en algunas de ellas.

El señor Hubbard me observó detenidamente y en silencio, esperando a que yo diera el primer paso. Su mirada no era tan escrutadora como la de su mentor y amigo, pero estaba seguro de que me estaba analizando al detalle. Quizá para transmitir luego sus impresiones al Doctor. Solo de pensar en esa posibilidad empecé a inquietarme y frotarme las manos, sin saber muy bien por dónde empezar.

No es cómo me lo imaginaba, desde luego. En mi mente siempre había sido bastante joven, quizá algo inseguro y ansioso por hacer bien aquello que se esperaba de él. Pero ante mí encontré a un hombre de edad indefinida, que bien podría tener treinta y pocos o cuarenta y muchos años, con el pelo algo canoso y corto. Eso sí, perfectamente vestido con un chaleco de tweed marrón oscuro y pantalones a juego de color oscuro. Denotaba serenidad, quizá por sus años de experiencia. No sé qué Hubbard se presentó en aquel lugar, si el joven y inexperto o uno que nunca fue retratado por Algernon Blackwood en sus escritos. No es algo que un asistente como yo pueda controlar, y estaba seguro que él tampoco. Supongo que simplemente vino porque así tenía que ser.

- No hace falta que se inquiete, mi buen amigo. Esta no será la última vez que hablemos. Tampoco ha sido la primera, aunque usted no lo recuerde. Sé que en estos momentos tiene mucho interés por la figura del dopplengänger, y es por ello por lo que estoy aquí.

- Sí, señor Hubbard. Hace muy poco volví a leer El campamento del perro. En esa historia, El doctor Silence ofrece una explicación muy llamativa sobre la figura del doble. Me gustaría poder transmitirla en mis escritos. Si el Gabinete está de acuerdo, claro.

- No veo por qué no ha de estarlo. El doctor no tiene ningún problema al respecto. Así que estoy seguro de que el Gabinete tampoco lo tendrá. Podemos sentarnos en un lugar más cómodo y charlar tranquilamente.

Sin tiempo para reaccionar, ya estábamos sentados en ambos sillones de mi espacio personal, con sendas tazas de café en nuestras manos. No termino de acostumbrarme a estos “saltos”, por llamarlos de alguna forma. No hay desplazamientos usuales en este lugar. Simplemente estás en un lugar e inmediatamente pasas a otro. Aquel en concreto ya era bastante familiar para mí. Lo veía en mis sueños y lo imaginaba vivamente cuando mi mente se quedaba en blanco.

Mi pequeña sala de reuniones era una habitación espaciosa pero bastante oscura. No había ventanas, y la iluminación dependía de una lámpara bastante antigua situada justo en el centro de la habitación, cuyas bombillas solían parpadear de vez en cuando. Por suerte, el gran escritorio que presidía el espacio contaba con una buena fuente de luz en forma de enorme flexo. Si todo aquello no era suficiente, siempre podía echar mano de las velas.

Todas las paredes estaban forradas de estanterías de roble, que llegaban hasta el techo, que estaba a unos cinco metros de altura. Una escalera plegable me permitía alcanzar cualquier volumen que quisiera consultar. Por desgracia, estaba bastante seguro de que no había leído ni una décima parte de ellos.

Sea como fuere, Hubbard se encontraba ya sentado frente a mí en el escritorio, con aire relajado, esperando a que yo formulase las debidas preguntas. Comenzamos hablando sobre Algernon Blackwood, el insigne aventurero que decidió escribir las aventuras del doctor a principios del siglo XX y las publicó en 1908. Creó más de ciento treinta historias cortas de género fantástico – muchas de las cuales fueron recopiladas en colecciones y leídas en la radio o la televisión por el propio autor –, ochenta relatos enfocados a un público joven, quince novelas, varias obras de teatro y un par de libros infantiles. Pero su especialidad era lo sobrenatural, y John Silence acudió a su imaginación como una parte importante de esa faceta de sus escritos. Hubbard era el fiel acompañante de Silence, su sidekick, como suele decirse hoy en día.

Mientras tomaba café a sorbos, su mirada estaba clavada en mí, pero a la vez se encontraba muy lejos, tanto en el espacio como en el tiempo. Su mente estaba dando forma a una aventura que le marcó.

- Viví en primera persona aquella historia que usted menciona. Tanto tiempo después, sigo dándole vueltas. Siento aprecio por el reverendo Maloney, por su mujer y por Joan. Aquel verano fue sumamente gratificante en un primer momento, pero se tornó extraño y peligroso. Por suerte, el doctor apareció en el momento oportuno.

- Pero dígame, señor Hubbard. ¿Cómo es posible que el doctor supiera que algo iba a torcerse?

- Es parte de su esencia. La clarividencia solo es uno de sus dones, pero es de los más llamativos. Su sola presencia logra que todo el ambiente cambie. Quienes sufren o se sienten inseguros se serenan, y todo aquel que tenga intenciones malvadas, humano o no, se amedrenta porque sabe que no puede salir victorioso.

- ¿Cómo llegó a la conclusión de que Peter Sangree era quien provocaba todo aquello, a pesar de no ser dueño de sus actos?

Ambos repasamos durante un buen rato la historia de El campamento del perro. La llegada del grupo a aquel conjunto de islas al norte de Estocolmo, la instalación del campamento, los roles que cada uno de los cinco miembros de la expedición iba asumiendo en la rutina diaria, y cómo todo empezó a torcerse.

Joan se sentía incómoda en presencia de Peter. Hubbard me recordaba que él estaba seguro de que entre ambos había una conexión muy fuerte, pero que la misma no era percibida de la misma forma por ambas partes. Mientras Sangree mostraba claros signos de devoción hacia la chica, que apenas podía disimular, ella se mostraba temerosa. Había algo en aquel joven de aspecto debilucho que la repelía. Ella era un espíritu salvaje, que en la naturaleza mostraba su verdadero ser. Él parecía ser una persona fuera de lugar, inseguro y esquivo. Y, sin embargo, ella notaba ese lazo. Pero, como los dos sabíamos, todo se torció cuando empezaron los extraños ataques en el campamento.

Aquella isla carecía de dos cosas fundamentales: vida animal y agua. Buena parte de las labores de Hubbard se centraban en buscar el alimento necesario pescando. Así pasaron dos semanas, en las que además notó que Sangree estaba cambiando. Según parecía, aquel retiro estaba volviendo al joven canadiense más rudo. A aquella sutil transformación se unió la inesperada presencia de un esquivo animal en la isla. Según Joan, por las noches oía gemidos y gruñidos cerca de su tienda. Algo olisqueaba en los alrededores. El grupo halló huellas de algo del tamaño de un perro grande. La tienda de Peter Sangree también se vio afectada.

En los siguientes días, la cosa fue a más. La tienda de Joan fue rasgada, lo que la obligó a dormir junto a su madre. Sangree se mostró iracundo, deseoso de matar al atacante a la mínima ocasión. Las batidas de caza fueron inútiles.

- En ese momento ya estaba convencido de que avisar al Doctor era la mejor opción – comentó Hubbard –, porque era muy evidente que algo nos estaba acechando.

- ¿Qué fue exactamente lo que vio en su primer encuentro con la criatura, señor Hubbard?

- Está claro que vi a un ser irreal. Era enorme. Pero aquel primer vistazo fue tan rápido que no me dio tiempo a sacar conclusiones. Lo que sí vi claramente fue cómo ese entraba en la tienda de Peter Sangree. Él estaba dormido, pero profundamente turbado. El ser parecía mezclarse con él, y de un momento a otro desapareció.

El encuentro provocó que el canadiense y Hubbard fuesen hacia Washolm, la ciudad más cercana, para mandar un telegrama a Silence. El asistente no esperaba que el doctor ya hubiese terminado sus asuntos en Hungría y estuviese a su disposición tan rápidamente. Tan pronto como se hubieron reunido, John Silence empezó a mostrarse esquivo con Sangree, y empezó a ilustrar a su asistente sobre una posible explicación para lo que estaba ocurriendo en aquella isla.

Al hombre que venga aquí con anhelos demasiado vehementes y se sumerja en la naturaleza, le pueden ocurrir cosas extrañas”.

El paisaje de aquellos lares estaba, según Silence, sumido en un sueño primitivo. Las pasiones de las personas podrían desbocarse, el egoísmo alcanzaría grados máximos y los instintos se embrutecerían. Los cambios se producirían sin que quien los sufría ser percatase de ello. Y si debido a una salud delicada o alguna otra predisposición, su doble no estuviese firmemente anclado en su organismo físico, podría producirse una proyección ocasional.

- El doctor se refirió a ese doble como Cuerpo del Deseo o cuerpo astral – Hubbard continuaba mirándome sin verme. Seguía evocando aquellos días, que se le habían quedado grabados a fuego en la memoria – y sabía que aquel animal no era otra cosa que la proyección animal de los deseos de Peter Sangree.

- ¿Me está diciendo que el doble astral de un hombre puede ser un animal y que puede atacar a otras personas?

- Debería saberlo tan bien como yo. Ese doble está formado por material sutil y tiene el poder de proyectarse y volverse visible a los demás en determinadas circunstancias. A veces ocurre con la ayuda de determinadas drogas. Hay gente que entrena para lograr proyectar ese doble. Esa materia sutil puede tomar distintas formas a la humana, y esas formas pueden estar determinadas por los pensamientos y deseos dominantes de cada sujeto. El doble es el lugar donde se asientan pasiones, emociones y deseos de la economía psíquica. La salud quebradiza o los deseos incontrolados hacen que la unión entre cuerpo físico y doble sea débil.

- ¿Pero por qué los ataques tenían lugar cuando Sangree dormía?

- Peter Sangree sentía devoción hacia Joan Maloney, pero pensaba que no era correspondido. Además, reprimía sus instintos y deseos con todas sus fuerzas, a pesar de lo cual ella notaba algo amenazante en el muchacho. El sueño y la constitución débil del chico provocaron que su doble, en este caso un hombre lobo, saliese a la luz. Por supuesto, Peter no quería hacer daño a Joan, pero su doble liberaba todo aquello que él luchaba por esconder.

- ¿Entonces, señor Hubbard, las leyendas sobre la licantropía obedecen a proyecciones de ese Cuerpo del Deseo que ha mencionado?

- El doctor comentó al reverendo Maloney, profundo creyente y para nada sospechoso de ser supersticioso, que los hombres lobos no son otra cosa que los instintos salvajes de personas apasionadas recorriendo el mundo en su Cuerpo del Deseo exteriorizado. Con el transcurso de los siglos, el fenómeno ha tendido a desaparecer porque el mundo es más civilizado y las emociones suelen estar sujetas a mayor control.

- ¿El lobo era realmente peligroso? ¿De verdad podría haber atacado a Joan?

- Sin duda. El deseo puede ser violento. El ser puede atacar a todo aquel que le impida lograr su objetivo. Incluso podría matar. Pero Peter también corría un grave peligro. Por si no lo recuerda, el doble debe volver a su cuerpo físico, ya que si no lo hace, el cuerpo material puede sufrir daños irreparables. Además, si el doble recibe daño durante las proyecciones, el cuerpo físico sufre idéntico castigo en el suyo. La conexión entre ambos es continua pese al desdoblamiento.

- Por suerte, Peter sobrevivió al ataque que sufrió por parte del reverendo Maloney.

- Por poco, pero sí. El hombre lobo fue herido, y el estudiante también. Quedó marcado de por vida. La huella de los ataques sufridos por el doble suelen desaparecer justo antes de que la persona en cuestión muera.

Estuvimos un tiempo más divagando en torno a las proyecciones astrales y a las leyendas que ahondaban en la licantropía, así como en su vertiente psiquiátrica. Es curioso comprobar cómo conviven diferentes explicaciones a un mismo fenómeno según al investigador o doctor al que se acuda.

Unas tazas de café después, Hubbard insistió en que debía volver a su consulta. Le agradecí el haber compartido aquella charla conmigo y nos dimos un sincero apretón de manos. Justo después desapareció, como suele ocurrir cada vez que tengo el placer de encontrarme con algún invitado insigne, y decidí quedarme sentado en mi rincón favorito, leyendo una vez más El campamento del perro.

Espero, queridos lectores, que esta pequeña reunión os haya gustado y os anime a leer las aventuras de John Silence, investigador de lo oculto. En cuanto a mí, volveré a mis quehaceres hasta que el Gabinete me permita escribir una nueva entrada en este blog. Sospecho que eso ocurrirá más pronto que tarde...

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